El Santísimo Sacramento del altar

Autor: P. Andrés García Torres



Voy a empezar mi artículo citando el Código de Derecho Canónico que da una de las mejores definiciones sobre este Sacramento Admirable. Considero que es tan grande la grandeza de lo que es el Sacramento de la Eucaristía que siempre es difícil encontrar una definición adecuada, a pesar de todo Nuestra Madre la Iglesia nos da la mejor para expresar esa maravillosa realidad contenida en nuestros Sagrarios: el mismo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.

Dice el Derecho Canónico en su canon 897: “El Sacramento más augusto, en el que se contiene, se ofrece y se recibe al mismo Cristo Nuestro Señor, es la Santísima Eucaristía, por la que la Iglesia vive y crece continuamente. El Sacrificio Eucarístico, memorial de la muerte y resurrección del Señor, en el cual se perpetúa a lo largo de los siglos el Sacrifico de la cruz, es el cúlmen y la fuente de todo el culto y de toda la vida cristiana, por el que se significa y realiza la unidad del pueblo de Dios y se lleva a término la edificación del cuerpo de Cristo. Así, pues, los demás sacramentos y todas las obras eclesiásticas de apostolado se unen estrechamente a la santísima Eucaristía y a ella se ordenan”.

La Iglesia con todo su poder y autoridad afirma algo que la Tradición y el Magisterio de la Iglesia siempre han enseñado, así como toda la vida multisecular de los cristianos han vivido: que la Eucaristía es el Sacramento más augusto ya que en él se contiene, se ofrece y se recibe al mismo Cristo Nuestro Señor.

La Iglesia vive gracias a la Eucaristía, sin la Eucaristía podríamos decir que la Iglesia no tendría razón de ser.

A la hora de hablar de la Eucaristía distinguimos entre la celebración: la Santa Misa que es el mismo Sacrificio del Calvario, pero sin derramamiento de Sangre. Cada vez que se celebra la Santa Misa se vuelve a repetir y a renovar el Sacrificio del Calvario, por eso la Santa Misa tiene un valor infinito. Si pudiéramos “entender” algo de esta gran realidad nos quedaríamos verdaderamente impresionados, al sacerdote cuando celebrar le “temblarían las piernas” (como ha sucedido en la vida del algunos santos). En la Santa Misa se confecciona el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.

La segunda distinción está en la Presencia del Señor en las especies del pan y del vino, pan y vino “fruto de la tierra, de la vid y del trabajo del hombre” que se presenta en el ofertorio de la Santa Misa y que en la consagración por las palabras del sacerdote se convierten en el mismo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo; siendo alimento del alma, necesario para vivir en gracia y para la salvación. Después de la Santa Misa queda en nuestros Sagrarios para la adoración, la alabanza, la petición, así se cumplen las palabras del Señor: “Y sabed que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.

No encuentro palabras para dar gracias al Señor por esta admirable presencia, por este gran regalo que el Señor nos hizo y que es tan ignorado por los hombres.

Hace años hablando con una comunidad de Carmelitas Descalzas sobre el don inmenso de la Eucaristía, me decían ellas: “Como dice Nuestra Santa Madre Teresa de Jesús: nuestra vida de Carmelitas bien vivida, cumpliendo nuestras santas reglas y constituciones como Santa Teresa nos dejo, es un cielo si es que lo puede haber en la tierra… Pero este cielo (me añadían las carmelitas) es gracias a que entre nosotros tenemos el Sagrario. Me indicaban: sin el Sagrario… sin la Dulce Presencia del Amado, nuestra vida sería terrible…”

Yo muchas veces cuando viaje por los pequeños pueblos y aldeas de España, tan retirados de las grandes ciudades y veo una pequeña torre o campanario de una Iglesia pienso: “Que bueno es el Señor que por nuestro amor se ha quedado en la Eucaristía y en cualquier parte por pequeña que sea donde hay una Iglesia, un sacerdote y católicos lo encontramos, y esto a pesar de nuestras ingratitudes y de saber el Señor que no le íbamos a tratar como Él se merece, incluso muchas veces los humanos le tratamos con desprecios, ingratitudes y sacrilegios”. Al respecto impresiona la queja del Divino Corazón de Jesús a Santa María Margarita en Parail-le-Monial: “Mira mi Corazón que tanto ha amado a los hombres y no recibe más que ingratitudes y desprecios en la Santísima Eucaristía, y lo peor de todo es que esto muchas veces viene de mis almas consagradas” ¡Es impresionante la queja del Señor¡ Yo ahora pregunto: Frente a esta queja del Señor ¿Cómo respondemos? ¿Cómo es nuestra reparación? Es cierto que la devoción al Sagrado Corazón de Jesús está muy extendida y ha dado mucho frutos, pero hoy me da la impresión que objetivamente (por lo que veo en mi experiencia como sacerdote) que son muchos más los ultrajes contra la Eucaristía que en aquella época. ¿Qué nos dirá hoy el Señor?

La Eucaristía, como nos dice la Iglesia, es el cúlmen y la fuente de todo el culto y de toda la vida cristiana, todo en la Iglesia tiene que tener su fuente y su fin en el Sacramento Admirable.

La Eucaristía realiza la unidad del pueblo de Dios. Todos los católicos de la tierra estamos estrechamente unidos en la Comunión, en el Cuerpo de Cristo que recibimos cada día. Es algo maravilloso el saber que estamos perfectamente unidos (porque la Eucaristía) es lo que más nos une, tanto al Papa, como al último y más humilde sacerdote de la Iglesia; al monje Benedictino más fervoroso, como al laico más comprometido; al joven deportista como al anciano enfermo…

Nos insiste la Iglesia en que: “Tributen los fieles la máxima veneración a la santísima Eucaristía, tomando parte activa en la celebración del Sacrificio Augustísimo, recibiendo este Sacramento frecuentemente y con mucha devoción. Y dándole culto con suma adoración; los pastores de almas, al exponer la doctrina sobre este Sacramento, inculquen diligentemente a los fieles esta obligación”.

Creo que sobran comentarios a este canon nº 898. La Iglesia de siempre ha dado una gran importancia a este Sacramento. Hoy por desgracia vivimos en una época de secularización donde observamos y palpamos que mucha gente no da importancia a la Eucaristía, incluso muchos sacerdotes y almas consagradas por su forma de estar ante la Eucaristía, de celebrar la Santa Misa, de hablar a los fieles, etc. dan la impresión de no valorar este admirable Sacramento. Esto es algo terrible pues está indicando una falta de fe grande.

Sería muy bueno que se potenciara otra vez la Adoración al Santísimo Sacramento en el Sagrario y también en la Custodia solemnemente Expuesto. Todos hemos comprobado en la historia de la Iglesia el bien que la Adoración pública a la Eucaristía ha hecho.

Podría decir muchas más cosas y hacer este artículo interminable, no lo quiero pretender. Sólo me queda invitar a todos los que lo lean a que mediten en las apariciones del Ángel a los pastorcitos de Fátima, la oración tan rica y profunda donde se invita a la reparación al Santísimo Sacramento por los sacrilegios, indiferencias, e ingratitudes con que el Señor es ofendido en el Sacramento del Altar. También es impresionante ver la actitud de los niños ante la Eucaristía y la del Ángel: todos hacen una postración total ante el Sacramento Admirable. Esto lo ha recogido muy bien el monumento que está en el lugar donde el Ángel dos veces se manifestó a los niños en la Loca do Cabeço.