"Jesucristo, único Salvador del mundo,

alimento para la vida nueva"

El II Congreso eucarístico nacional de México se celebró del 5 al 7 de mayo

P. Arturo Gutiérrez, L.C.

México tiene tres grandes amores:  la Eucaristía, la Virgen de Guadalupe y el Papa. Y el II Congreso eucarístico nacional, que se está celebrando actualmente en la ciudad de México, -explicó mons. Emilio Berlie, arzobispo de Yucatán y presidente de la comisión organizadora del Congreso- tiene como finalidad rendir homenaje a Cristo Eucaristía en el Año jubilar, pues el Papa Juan Pablo II ha querido que este Año santo sea eminentemente eucarístico.
En efecto, los mexicanos han tenido que esperar setenta y seis años para rendir un solemne homenaje público a la Eucaristía mediante un nuevo Congreso eucarístico nacional. El primero se celebró el año 1924. Muchos de los católicos que participaron en ese congreso fueron encarcelados por ello y poco después el Gobierno prohibió todo acto religioso en lugares públicos, medida que desencadenó la guerra llamada de los "cristeros". Las relaciones entre el Estado y la Iglesia comenzaron a normalizarse en la década de 1980 y culminaron en 1991, durante el sexenio del presidente Carlos Salinas de Gortari con la reforma de la Constitución política y el establecimiento de relaciones diplomáticas con la Santa Sede. Actualmente, la actitud de las autoridades civiles hacia la Iglesia, con mayor tolerancia, ha permitido llevar a cabo este importante acontecimiento eclesial, incluida una solemne procesión con el Santísimo por las calles centrales de la capital.
Como ha declarado mons. Luis Barrera Flores, este congreso constituye el acontecimiento religioso más importante para la Iglesia mexicana en este Año santo con motivo del bimilenario de la Encarnación de nuestro Señor.
El congreso, a su vez, es una preparación nacional para el Congreso eucarístico internacional, que tendrá lugar en Roma del 18 al 25 de junio y, por eso, su tema es:  "Jesucristo, único Salvador del mundo, alimento para la vida nueva", y pretende destacar la necesidad de ver en la Eucaristía un signo de unidad y reconciliación, para transformar todos los ambientes de la sociedad con el espíritu del Evangelio.

Preparación remota e inmediata

Los actos fundamentales del Congreso se desarrollaron del viernes 5 al domingo 7, pero fue precedido por una larga preparación remota y una intensa preparación inmediata.
Como preparación remota, desde el año pasado, se celebraron congresos eucarísticos parroquiales y diocesanos en todo el país. Asimismo, en algunos museos, especialmente de la capital, se expusieron al público diferentes objetos litúrgicos eucarísticos, desde tiempos de la Colonia hasta nuestros días:  cálices, copones, relicarios, palios, ornamentos...
Se impartió, en todo el país, una rica catequesis, centrada principalmente en el sacramento de la Eucaristía, no sólo en el ámbito de las parroquias, sino también en los movimientos apostólicos y en las universidades católicas, que organizaron una serie de eventos y conferencias sobre diversos aspectos de la devoción a la Eucaristía.
Los actos de preparación inmediata del Congreso comenzaron el martes día 2 de mayo, con un gran concierto de música sacra, que tuvo lugar en la catedral metropolitana, en el que actúo el cuarteto de Cámara "Euterpe", con el tenor Luis María Bilbao y la soprano Elcaterina Tijonchuc.
El miércoles, día 3, llegó a México el cardenal Medina Estévez, enviado especial del Papa para presidir en su nombre las celebraciones principales y, sobre todo, la clausura solemne del mismo, el domingo día 7. Fue acogido, en el aeropuerto, por los cardenales Norberto Rivera Carrera, arzobispo de México, y Juan Sandoval Íñiguez, arzobispo de Guadalajara, así como por el encargado del comité de laicos del Congreso eucarístico.
El arzobispo François Xavier Nguyên Van Thuân, presidente del Consejo pontificio Justicia y paz, uno de los ilustres invitados al Congreso, impartió, el jueves día 4, una conferencia en el aula magna de la Universidad de La Salle, en la que habló, entre otras cosas, de la globalización, con sus ventajas y peligros. "Ustedes viven en una época de globalización -afirmó, refiriéndose a los jóvenes-, donde reina un clima de indiferencia hacia Jesús y hacia su mensaje. Todo parece invitarnos a poner nuestro ardor y nuestra esperanza en los bienes materiales, en los placeres, en el consumo, los lujos y la vida fácil. Ustedes transmitan al mundo un mensaje de esperanza, pues la vida cristiana elimina el espíritu burgués". Monseñor Van Thuân respondió luego a las preguntas que le hicieron los jóvenes, les explicó su experiencia durante trece años de cárcel por su fe, y los invitó a ser auténticos testigos de Jesucristo.

La celebración del Congreso

Los actos fundamentales del Congreso se realizaron del viernes 5 al domingo 7, principalmente en la catedral metropolitana y en la basílica de la Virgen de Guadalupe.
El viernes 5, a las diez y media de la mañana, tuvo lugar una solemne misa en la explanada de la basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, patrona de México. Fue un homenaje particular a la Eucaristía:  en ella hicieron su primera comunión cerca de mil quinientos niños y niñas, todos vestidos de blanco. La misa fue presidida por el cardenal Jaime Lucas Ortega y Alamino, arzobispo de La Habana. Concelebraron con él veinticinco sacerdotes.
Los miles de niños, para participar en la misa, realizaron una peregrinación, desde las ocho de la mañana, por la Calzada de Guadalupe, gran avenida que desemboca en la basílica, recorriendo varios kilómetros. Era una caravana de júbilo, con cantos religiosos y grandes muestras de entusiasmo infantil. Muchos llevaban imágenes de la Virgen, flores y globos de colores. Al llegar a la explanada, antes de iniciarse la ceremonia, los animadores se encargaron de estimularlos a cantar y gritar "vivas" a Cristo Eucaristía, a la Virgen y al Papa.
El cardenal Ortega, en su homilía, dijo a los niños:  "Jesucristo necesita de ustedes y quiere que lo acompañen, a fin de que todos los hermanos puedan vivir con la dignidad propia de los hijos de Dios. Sólo se puede cambiar el mundo con personas como ustedes, que aprenden a vivir amando y haciendo el bien desde pequeños. Ustedes están llamados a transformar a México para que la justicia, la verdad y el amor lleguen a todos sus hermanos". Asimismo, los invitó a que, en el momento de recibir a Jesús por primera vez, pidieran especialmente por sus padres, sus maestros y sus catequistas.
Por la tarde, a las cinco, tuvo lugar en el interior de esa misma basílica, adornada con crisantemos blancos, una misa concelebrada por todos los obispos mexicanos -que durante esos días se habían reunido en su sede de Lago de Guadalupe, cerca de la capital, para su LXIX Asamblea general ordinaria- y presidida por el enviado especial del Papa, cardenal Jorge Arturo Medina Estévez, prefecto de la Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos. Concelebraron ocho cardenales, sesenta y siete arzobispos y obispos, entre ellos el nuncio de Su Santidad, mons. Leonardo Sandri, que acaba de iniciar su misión, y 130 sacerdotes. En la ceremonia participaron cerca de veinte mil fieles, que llenaban el templo.
Al inicio de la misa, se leyó la carta con que el Santo Padre Juan Pablo II nombró al cardenal Medina enviado especial para presidir las celebraciones del Congreso.
El cardenal Norberto, arzobispo de México, en unas breves palabras de saludo y bienvenida al enviado pontificio, ponderó la misión encomendada por Dios al indio Juan Diego, y recordó que fue beatificado hace exactamente diez años por el Papa Juan Pablo II.
En su homilía, el cardenal Medina, después de expresar su emoción por tener la gracia de presidir, en nombre del Papa, esa solemne ceremonia en el santuario de Guadalupe, recordó que Jesucristo no es sólo un personaje histórico, sino una Presencia viva entre nosotros, eminentemente en el sacramento de la Eucaristía, y exhortó a los mexicanos a fortalecer su fe y seguir adorando a Jesús Eucaristía. Asimismo, destacó que la Virgen de Guadalupe, en cuyo santuario se encontraban, abrió caminos de evangelización en tierras de América.
Al final de la misa, bajo el palio, el enviado pontificio, acompañado por el nuncio apostólico y todos los obispos presentes, trasladó el Santísimo Sacramento, en la custodia, desde el altar mayor de la nueva basílica hasta el lugar donde fue venerada a lo largo de casi trescientos años la imagen de la Virgen de Guadalupe impresa en la tilma de Juan Diego. Con este acto se realizó la reapertura solemne de la antigua basílica, en la que se tendrá expuesto continuamente el Santísimo. Este antiguo santuario, inaugurado en 1709 y cerrado en 1976 al inaugurarse la nueva basílica, estará dedicado a la oración, especialmente a la adoración eucarística. Desde ahora se llamará Templo Expiatorio de Cristo Rey.
Los miles de fieles aclamaban con gritos de ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!
A las ocho de la noche comenzó una solemne procesión de los miembros de la Adoración nocturna que se dirigió por la Calzada de Guadalupe hasta el santuario. Al llegar -ya a las diez de la noche-, se tuvo una celebración eucarística en el atrio de la basílica, y luego una vigilia de adoración, en la que cientos de personas oraron durante toda la noche ante el Santísimo por la Iglesia de México y por la Iglesia universal.
Por la mañana, el cardenal Jorge Arturo Medina Estévez había realizado una visita de cortesía al presidente de la República Mexicana, señor Ernesto Zedillo Ponce de León. El enviado pontificio iba acompañado por el nuncio apostólico, mons. Leonardo Sandri, que el lunes anterior le había presentado sus cartas credenciales; el cardenal Norberto Ribera Carrera, arzobispo de México; mons. Luis Morales Reyes, obispo de San Luis Potosí y presidente de la Conferencia episcopal mexicana; mons. Emilio Berlie, arzobispo de Yucatán; y otros obispos mexicanos.

Un acontecimiento histórico

Esta segunda jornada de las celebraciones del II Congreso eucarístico nacional de México comenzó muy pronto:  el sábado, día 6, a las seis de la mañana, los miembros de la Adoración nocturna y otros muchos fieles participaron en una celebración eucarística en el santuario de la Virgen de Guadalupe. Algo más tarde, a las nueve, tuvo lugar una segunda misa, con el cabildo de la basílica.
Emotivos fueron los numerosos testimonios eucarísticos que se presentaron en ese mismo santuario desde las diez. Luego el cardenal Juan Sandoval Íñiguez, arzobispo de Guadalajara, impartió una conferencia sobre la Eucaristía.
Sin embargo, el acto central de esta jornada y del Congreso fue la solemne concelebración de la tarde, presidida por el enviado pontificio, en la que participaron los cuatro cardenales mexicanos:  Norberto Rivera, Juan Sandoval, Adolfo Suárez, arzobispo emérito de Monterrey, y Ernesto Corripio, arzobispo emérito de México, así como los cardenales Jaime Lucas Ortega y Alamino, arzobispo de La Habana; Luis Aponte, arzobispo emérito de San Juan de Puerto Rico; Antonio María Javierre Ortas, s.d.b., prefecto emérito de la Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos; el nuncio apostólico, todos los arzobispos y obispos mexicanos, y cerca de doscientos sacerdotes.
En el atrio de la catedral metropolitana se había montado un palco monumental, cubierto con un gran toldo y adornado con crisantemos, lirios y azucenas. Se hallaba dividido en tres partes:  en el centro, presidía el altar un gran Crucifijo; a su derecha, destacaba la imagen de la Virgen de Guadalupe, patrona de México; en las dos partes laterales se hallaban los obispos y sacerdotes concelebrantes. En la parte izquierda, estaba situado el coro y la orquesta sinfónica del Estado de Hidalgo, que acompañó los diversos momentos de la celebración, con una pieza musical escrita especialmente para este evento por el compositor mexicano Venustiano Reyes.
En primera fila asistieron los caballeros de la Orden de Malta y representantes de la cofradía de la Adoración nocturna, con sus banderas blancas y azules, preparados para rendir un homenaje particular a la Eucaristía.
La misa, que fue televisada por las dos mayores cadenas del país, comenzó a las seis de la tarde. A pesar del cielo nublado, que amenazaba lluvia, ochenta mil fieles se dieron cita para este evento de trascendencia histórica para la Iglesia mexicana. La mayoría eran gente sencilla, que había venido a la capital desde zonas cercanas y lejanas. Las campanas de la catedral repicaron señalando el comienzo de la celebración.
Después del saludo litúrgico leído por el enviado pontificio, el cardenal Norberto Rivera dirigió unas palabras, en las que exhortó a los mexicanos a dar testimonio público de su fe:  "Cristo es la luz de los pueblos y esta luz debe iluminar a la sociedad mexicana, sus escuelas, familias y universidades, sus campos y sus ciudades. La fe en Cristo es parte integrante de la nación mexicana. No dejen apagar esta luz. México sigue necesitándola para poder construir una sociedad más justa y solidaria, con los que nada tienen y que esperan un futuro mejor".
Aludiendo a la trascendencia histórica de esta celebración, el cardenal arzobispo de México añadió:  "Nuestra Iglesia no puede ser la Iglesia del silencio; debe gritar que Cristo vive, que Cristo ha resucitado, que Cristo es el camino, la verdad y la vida. Cristo tiene para todos los mexicanos una palabra liberadora, palabra de justicia, palabra de perdón, palabra de reconciliación, de paz y de progreso. Su reino no es de este mundo, pero nosotros estamos en el mundo para difundir la buena nueva. Nadie debe tenerle miedo a Cristo Jesús".
Por su parte, el cardenal Jorge Arturo Medina Estévez, en su homilía, habló de la importancia de la Eucaristía en la vida cristiana. Puso de relieve que los católicos mexicanos han dado siempre muestras de su fe y aludió en particular al período en que defendió la libertad religiosa incluso con las armas, en los tiempos de la persecución religiosa, pero recordó que la Iglesia de México ha sabido perdonar las ofensas y promover la reconciliación. Presentó el ejemplo de la comunidad primitiva de Jerusalén, que, reunida en el Cenáculo, parecía insignificante, pero llevó el mensaje de Cristo a todo el mundo. Luego desarrolló las cuatro cualidades de la verdadera Iglesia de Cristo:  fidelidad al Evangelio, comunión, caridad y oración.
En el solemne momento de la consagración, el repique de las enormes campanas de la catedral acompañó la elevación de la Hostia y del cáliz.
El acto más emotivo de la jornada y del Congreso fue, sin duda, la procesión con el Santísimo Sacramento.
Después de la comunión, ya cerca de las ocho de la noche, -el rito se alargó pues fueron decenas de miles los fieles que comulgaron-, comenzó la procesión por las calles del centro de la ciudad:  dio la vuelta a la amplia plaza de la Constitución -el Zócalo-, recorrió las principales calles del centro histórico y culminó en el templo de San Felipe de Jesús.
Los fieles fueron formando dos grandes vallas, a partir de las escaleras del palco, a lo largo de todo el recorrido.
Abrían el cortejo los caballeros de la Orden de Malta y los miembros de la cofradía de la Adoración nocturna. Luego, el coche descubierto, en cuya plataforma iba el Santísimo Sacramento, en una gran custodia (hecha de oro, en 1924, en la ciudad de Puebla, para el primer Congreso eucarístico nacional; pesa 387 kilos y tiene 2.10 metros de altura). Acompañaban al Santísimo en reclinatorios, sobre la plataforma, los cardenales Jorge Medina y Norberto Rivera, y el nuncio apostólico, monseñor Leonardo Sandri. Detrás del coche descubierto, iban los cardenales, arzobispos, obispos y sacerdotes concelebrantes. Luego los seminaristas, los religiosos y todo el pueblo fiel que había participado en la misa.
Las calles, a su paso, se llenaron de cantos, jaculatorias, aplausos y aclamaciones:  "¡Viva Cristo Rey! ¡Se ve, se siente:  Jesús está presente!".
A su llegada a la plaza de Bellas Artes, frente al templo de San Felipe de Jesús, el cardenal enviado dio la bendición con el Santísimo, que quedó expuesto en esa iglesia para la adoración nocturna.
Se trató de un acontecimiento verdaderamente histórico. Hasta hace pocos años nadie podía pensar que se haría realidad el sueño de los católicos mexicanos -la inmensa mayoría del país- de ver al Santísimo Sacramento recorriendo solemnemente en procesión las calles centrales de la capital.

La clausura

El domingo, día 7, se realizó, a las diez de la mañana, una celebración eucarística con los enfermos en la basílica de Nuestra Señora de Guadalupe. La presidió mons. Luis Morales Reyes, arzobispo de San Luis Potosí y presidente de la Conferencia del Episcopado mexicano.
Algunos de los peregrinos llegaron en silla de ruedas o con muletas. La basílica resultó insuficiente para albergar a los enfermos y fieles que acudieron a la misa. Se llenó totalmente el templo, y cientos de personas tuvieron que seguir la ceremonia desde el atrio.
En su homilía, mons. Luis Morales, que citó varios pasajes del mensaje del Papa Juan Pablo II con motivo de la Jornada mundial del enfermo, dijo:  "Apreciemos el valor sublime de la vida humana, especialmente ejerciendo la caridad para con los enfermos, que necesitan una presencia fraterna que consuela y acompaña, mostrando la cercanía de la misericordia de Dios". Pidió a la Virgen de Guadalupe que siempre permanezca al lado de los no nacidos, de los enfermos terminales y de los que sufren, particularmente en los momentos más difíciles y duros de su enfermedad. Advirtió de que hay personas que cooperan en la difusión de la cultura de la muerte, con una mentalidad impregnada de materialismo y egoísmo, pero recordó que Jesucristo es el bálsamo para las heridas espirituales y que con su sacrificio en la cruz redimió y dio sentido al sufrimiento humano.
La clausura solemne del Congreso tuvo lugar por la tarde con una misa para las etnias de México, a las seis, presidida por el cardenal enviado especial del Romano Pontífice. Concelebraron el cardenal arzobispo de México, el nuncio apostólico, veinte obispos y numerosos sacerdotes.
Con gran devoción avanzó hacia la basílica la peregrinación de cerca de 200 indígenas, ataviados con sus vestidos tradicionales, procedentes de los Estados de México, Oaxaca, Zacatecas, Puebla, Tlaxcala e Hidalgo, así como del Distrito Federal. Encabezados por mons. Héctor González Martínez, obispo de Oaxaca, entonaban cantos religiosos a la Virgen de Guadalupe hasta llegar al santuario pocos minutos antes del inicio de la misa. Los indígenas llevaban arreglos florales y frutales, así como cruces hechas con ramas, adornadas con flores y pan blanco.
Fue precisamente mons. Héctor González, presidente de la comisión para los indígenas de la Conferencia del Episcopado mexicano, quien, después del saludo litúrgico, dirigió unas palabras a toda la asamblea, en las que destacó la religiosidad de los quince millones de personas de 62 etnias que forman los pueblos indígenas de México, les aseguró la protección y asistencia de Dios y los exhortó a luchar por una vida digna y justa, de acuerdo con los principios de Dios.
En su homilía, el cardenal Medina trató sobre el tema del pecado, que sugerían las lecturas de la liturgia. Explicó que todo pecado encierra una parte de ignorancia y otra de soberbia. La primera, porque el hombre desconoce que el pecado lleva a la esclavitud; y la segunda, porque pretende saber más que Dios mismo. En particular, destacó los pecados de la mentira, la corrupción, el egoísmo, la lujuria, al igual que la pereza, la irresponsabilidad y el pecado de omisión. Todo pecado, que es como la lepra, destruye la comunión con Dios, con la Iglesia y con las demás personas. Muchos hombres hoy día viven en la senda del pecado y creen que en ella van a encontrar felicidad. Se desvían del camino de Dios para seguir otros caminos. Pero tenemos la respuesta de Dios:  Cristo murió en la cruz para redimirnos.
Una banda regional de Oaxaca -Estado con gran proporción de población indígena- acompañó los cantos litúrgicos de la celebración eucarística.
Con este acto concluyó el II Congreso eucarístico nacional de México.

(©L'Osservatore Romano - 12 de mayo de 2000)